Camino descalzo entre el ruído, el humo en el aire esta denso, horada, hiere, lastíma a la ciudad y a sus habitantes.
Mi guitarra colgada al hombro, mis harapos y mis pies desnudos espantan los vicios mutantes - me quedo con los mios - y me siento bien solo.
Una sombra eventual repara mi insolación frente al río, pléyade de alimañas; observo las vías de la nada y punteo unas notas cuando escucho el sollozo, breve, opacado y triste.
La Alameda ahora, nos deja solos, nos guía a Baquedano y después a Bellavista.
Curiosamente, desvanecieron las sombras junto con los miedos; nuestras risas convirtieron en cristales sus lágrimas... su lúcuma.
El zumo del lugar, creó el resto.
© 1990
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