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sábado, 4 de junio de 2011

Vacaciones de un día


Veranos inolvidables, autenticamentes inolvidables hacen de un gran recuerdo a los viejos tiempos.
Recién comenzaba la estación a fines del 2005 cuando por una invitación a El Trapiche viajé 40 kms. al Norte de la ciudad de San Luis, a pasar el día y de paso, ayudar en alguna que otra tarea.
La naturaleza, como ya sabemos, se defiende y ataca de maneras misteriosas y muchas veces inesperadas y para colmo yo me metí ese día con quienes no debería: los murciélagos.
Los murciélagos están protegidos por ley en El Trapiche; no hay que atacarlos ni matarlos ya que son una parte importantísima en el equilibrio ecológico y ambiental del lugar, solo que inexplicable para la mayoría de las personas que se sienten invadidos en las noches cálidas de verano, cuando el cielo oscurece y se puebla de roedores con alas y la irritación que por supuesto, producen.
Sin escuchar a esta voz de la conciencia, me pongo en la difícil tarea de alejarlos de sus nidos dentro de un galpón contiguo a la casa y donde prácticamente no se podía ingresar; el galpón tenía una alfombra de excrementos de murciélagos que crujían debajo de las sandalias pero ni bien se abría la puerta comenzaban a sobrevolar las cabezas de quién intentaba tamaña empresa. Lo peor vino ya cuando estaba como a 4 mts. de altura, intentando alejar a el último chiróptero; se me mueve la escalera y caigo en picada al suelo pero apoyando todo el cuerpo en el pie derecho por lo que sufro una fractura un tanto dolorosa e incómoda.
Comienzo del verano con un pie enyesado y con muletas lo que me depararía unas vacaciones arduas y aburridas supuse, asi que me resigné a mirar el enorme y hermoso paisaje del lugar desde lejos.
Asi pasaban los días de mero espectador de infantes y mayores regocijándose en lagos y ríos y largas caminatas en las sierras y viajes largos transportando mi cuerpo en muletas a las que domé con extraña facilidad cual eximio acróbata , aún lo que significa andar transportando un par de zancos de liliputiense.
Casi a fines de las vacaciones, luego de un suculento asado, a Juancho -mi hermano- se le ocurre viajar a la Villa Turística de Merlo cuando todavía estaba la ruta vieja, lo que significaba unos 300 kms. más o menos de viaje en una ruta totalmente emparchada y angosta y con un paisaje un tanto monótono, sumado a que tenía que viajar en el asiento de acompañante y la tortuosa agilidad de estar con la pierna estirada cargando las muletas a las que ya sentía como una cruz y soportando también el tremendo calor bajo el yeso.
El viaje de ida transcurrió tranquilo, sumido en un ensueño de mediodía por lo que no me di cuenta del viaje hasta que llegamos. Lo primero que hicimos los viajantes fue lo que todos los viajantes hacen al llegar a un lugar, buscar un baño, algo de comer y tomar, estirar las piernas lo que en mi caso fue más bien encogerlas.
Luego de pasear un poco por el lugar y zonas más bien tradicionales nos fuimos hacia el cordón turístico que no es otra cosa que subir una ruta donde a medio camino abundan los puestos de artesanos en lugares denominados miradores, más arriba los que se lanzan en parapente o practican aladeltísmo.
La idea era también refrescarnos un poco ya cansados de caminar de aquí para allá y porque una de las muletas ya tenía un taco gastado y al apoyarla con todo el peso del cuerpo producía el típico ruido de pata de palo, lo que llamaba la atención generalizada a cada paso de muleta, agregando otro rasgo de incomodidad.
Logramos un hermoso lugar a mitad de camino de esta ruta, para esparcirnos con los pies en el agua, que provenía de una vertiente desde las alturas de las sierras. Para acceder al agua tuve que desenvolverme solo, con ciertas cabriolas ya que mis acompañantes no supieron como ayudarme a bajar hasta la riada sin el temor de que me vaya en banda y ruede río abajo con muletas y piedras desencadenando seguramente un alud de carne, huesos y rocas.
Logré llegar y con desmesurado orgullo metí los pies en al agua; estaba endemoniadamente helada!!!... pero bueno, sentí el alivio debajo del yeso porque tenía el pie hirviendo. Me quedé un buen rato hipnotizado por el sonido y el color de las piedras ante la transparencia del agua y el cielo límpido.
Hora de salir y el último paseo por el lugar, donde las aves sueltas de varias especies son protegidas celosamente por Guarparques que recorren la zona donde la limpieza exigida es acorde con el cuidado de las especies. Curiosamente se dio la casualidad de que tenían un cóndor de generoso tamaño en cuidados intensivos, dentro de una jaula de palos y la explicación era de que se extravió entre las sierras y fue capturado con un stress importante por lo que estaba algo lastimado. Como ya había pasado la hora de visita del enorme pajarraco y yo quería verlo de cerca, me para la guardaparques objetando el andar en muletas creyendo que lo asustaría aún mas; me impidió el paso con su gigante humanidad porque era una señora de tamaño porte y altura y pechos también gigantes, diría que muy mimetizada con las sierras.
Al querer impedirme el paso se produce un diálogo un tanto irreal.

-Sr., no pase la línea de la cinta
-Disculpe Sra., es que desde este punto no logro ver nada
-No es mi culpa ni problema y ud. puede asustar al ave con las muletas
-Sra., entienda de que por eso me quiero acercar, porque estoy con muletas y no veo
-Sr. ud. es un boludo que no entiende
-Sra., ud. es una boluda que no entiende
-Váyase a la puta madre que lo parió
-Váyase ud. a la puta madre que lo parió teutóna de mierda
-Tetona y a mucha honra pedazo de hijo de puta

Fin de la conversación porque ya estaba parado solo frente al cóndor asombrado por la altura del mismo -un metro y medio- y porque mis acompañantes estaban todos en el auto mirándome quizás con lastimera preocupación.
Viaje de vuelta y un silencio cómodo, hasta que en un lugar totalmente llano de la ruta miramos con temor cuando se acercaba un tornado de tierra sobre el paisaje desolado. Juancho creyó que acelerando a 150 por hora nos salvaría o alejaría raudamente de la amenaza de tierra rodante cuando somos sacudidos ferozmente llegando a morder banquina hasta que se pudo estabilizar el auto y observar como el molinete de viento se alejaba a una velocidad asombrosa. A esta altura Juancho estaba extasiado por lo heavy del pasaje reciente  y decidió acompañar la hazaña con Iron Maiden a todo volumen mientras el resto nos mirábamos incrédulos del tremendo cagazo.
Caía la tarde y cambiaban los colores con el intercambio natural y la música a full y mas tranquilos y engullendo masas y panes y tortas caseras nos damos cuenta que juancho se había equivocado de empalme de ruta cuando quedamos a medio metro de no pasar de largo al final del asfaltado y dar de lleno contra un muro de tambores de esos naranjas y azules de 200 lts.; nos habíamos alejado como 70 kms. y ya era casi noche y la ruta totalmente oscura y pocas señalizaciones haciendo del último tramo casi un suplicio.
Lo que tiene de bueno todo regreso y más a altas horas de la noche es que uno se acuesta solamente a dormir.

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