
Tampoco sabía de su planta, de la altura de las plantas, de sus ramas y sus hojas y hasta de su soledad aunque sospechaba haberlas visto en épocas de Pascuas, cuando las señoras salen con esas ramas y caras complacientes de las iglesias, y luego las depositan en los rincones más oscuros de la casa, por ejemplo, o cuando chico me sermoneaban que iría a parar al Monte de los Olivos como Cristo y muchos más por charlatán.
Hoy seguramente tampoco iría ya que en el lugar siguen debatiendo entre quienes vivir o a quienes pertenece el lugar -ya que Jesús no dejó ningún legado inmobiliario-, al ritmo de los bombazos.
Todo esto no me pre-ocuparía si alguien no me hubiese regalado una planta de olivos lista para trasplantar hace como diez años.

Seguramente me queda muchísimo más por saber de las cualidades y propiedades de las aceitunas, de sus bondades no solo alimenticias o de sus prestaciones para la piel o como afrodisíaco o símbolo de la sensualidad entre los labios.
Así que hoy tengo una buena cantidad de frascos llenos con este exquisito fruto condimentado diversamente listos para regalar tan cariñoso a seres queridos y no tanto.
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